Marshawn Kneeland tenía apenas 24 años. Ala defensiva (DE) de los Dallas Cowboys, segunda ronda del draft 2024, recién había vivido su momento más feliz: su primer touchdown en la NFL apenas el lunes en un regreso de bloqueo de patada de despeje de los equipos especiales del equipo de la estrella solitaria. Un joven con talento, disciplina y futuro. Pero el 6 de noviembre de 2025, su historia terminó abruptamente en una carretera de Plano, Texas, en lo que las autoridades describieron como un aparente suicidio.
Kneeland era una promesa que empezaba a florecer, de esos jugadores que se ganan el respeto con trabajo silencioso. En la universidad de Western Michigan dejó huella con más de 140 tacleadas y casi 13 sacks. En el equipo de la estrella solitaria ya mostraba señales de consolidación, no era una estrella, pero sí el tipo de atleta que en unos años se convierte en pilar defensivo.
El fútbol americano es un deporte de contacto, pero la batalla más dura muchas veces no se libra en el campo. La mente, bajo presión constante, también se fatiga. Kneeland parecía bien, un joven sano que nadie imaginaba que dentro cargaba con algo tan pesado.
Su caso se suma a una lista dolorosa de deportistas que, pese al éxito y la atención mediática, no encontraron alivio en el ruido de la fama. El mensaje es claro: hablar de salud mental en el deporte no es un lujo, es una urgencia y una necesidad.
Los números se olvidan rápido, lo que queda es la huella humana, compañeros, entrenadores y staff lo describen como alegre, responsable, siempre dispuesto, comentaron su QB Dak Prescott y HC Brian Schottenheimer, su ausencia deja un vacío que ni los entrenamientos ni las victorias podrán llenar.
No basta con homenajes o minutos de silencio, Kneeland debe ser un punto de inflexión. Que su historia sirva para fortalecer redes de apoyo emocional dentro de los equipos, normalizar pedir ayuda y romper el tabú del “los jugadores deben ser fuertes”, porque incluso los más fuertes pueden estar luchando en silencio.
El fútbol americano es un espectáculo que vive del ruido, del contacto, del impacto, pero en medio de ese estruendo, a veces no escuchamos lo esencial: el silencio interior del jugador, es sentir humano.
Marshawn Kneeland se fue demasiado pronto, y su partida debería obligarnos a mirar más allá del marcador. Que no sea una tragedia más, sino el inicio de una conversación que el deporte ya no puede seguir posponiendo, LA SALUD MENTAL.



