Hay noches que se quedan tatuadas en la historia del beisbol. No por la cantidad de carreras ni por las estadísticas, sino por lo que significan. La noche del Juego 7 de la Serie Mundial 2025 fue una de esas. Los Dodgers de Los Ángeles se proclamaron campeones al vencer 5-4 a los Blue Jays de Toronto en 11 entradas, y con ello sellaron una temporada que ya roza la perfección.
Fue una serie larga, intensa y emocional, en la que cada partido se sintió como una batalla de orgullo. Pero el séptimo juego fue distinto: fue un testamento de coraje, estrategia y nervios de acero.
Toronto lo tuvo. Por momentos, la ilusión canadiense era real. Su ofensiva golpeó temprano y parecía que el milagro se gestaba en casa. Pero Los Ángeles no sabe rendirse. Con el marcador adverso y los brazos exhaustos, apareció el héroe menos pensado: Miguel Rojas, con un jonrón solitario en la novena entrada que empató el juego y le devolvió el alma a un equipo que se negaba a morir.
Dos entradas después, la historia cambió para siempre: Will Smith conectó el batazo decisivo que rompió el empate y desató la locura en el dugout azul. La pizarra final: 5-4. El título número ocho para los Dodgers y el primero que los consagra como bicampeones, algo que ninguna franquicia lograba desde hace 25 años.
En medio de la tensión, hubo una figura que mantuvo la calma, la precisión y la grandeza que exige octubre: Yoshinobu Yamamoto. El japonés no solo fue el MVP de la Serie Mundial, sino la personificación de la elegancia en el montículo. En sus salidas de los juegos 2, 6 y su relevo decisivo en el séptimo, mostró lo que separa a los buenos de los inmortales: temple.
Su dominio, su control y su serenidad fueron un espectáculo aparte. Lanzó con la misma precisión con la que otros respiran, y cada pitcheo suyo fue una declaración: “Estoy hecho para este escenario.”
Cuando anunciaron su nombre como el MVP, nadie lo discutió. Lo había ganado a base de constancia, carácter y talento puro. Yamamoto no solo llegó a las Grandes Ligas para cumplir un sueño, llegó para redefinirlo.
Este título no es solo una victoria más para los Dodgers. Es el cierre de un ciclo que confirma que este equipo tiene ADN de dinastía. Con Ohtani, Freeman, Betts y Yamamoto, Los Ángeles se convierte en un símbolo de equilibrio entre talento, estrategia y mentalidad ganadora.
Y mientras el confeti caía en el Rogers Centre, uno no podía evitar pensar en la poesía del beisbol: ese juego que se juega en segundos, pero se recuerda por décadas. Un deporte que castiga la prisa y premia la paciencia. Que celebra a quienes resisten la presión del séptimo juego y lanzan como si el mundo dependiera de un solo strike.
La Serie Mundial 2025 nos dejó algo más que un campeón: nos recordó por qué el beisbol sigue siendo el relato más humano del deporte.
Porque en cada turno, en cada pitcheo, se escribe una historia de caída y redención, por eso y mas… es el rey de los deportes.
Y este año, esa historia tuvo acento japonés y alma angelina.
Los Dodgers repiten, Yamamoto se consagra y el beisbol, una vez más, nos enseña que las leyendas no se improvisan: se construyen una entrada a la vez.
Nos vemos en 2026, hasta que vuelva a caer el out 27.



