Por: Enrique Romero Razo
A lo largo de los años he tenido la oportunidad de tratar a varios titulares del Poder Judicial del Estado.
Al doctor y magistrado Fernando García Rosas, por ejemplo: un hombre sobrio, quizá hasta antipático, pero sin duda un gran conocedor del Derecho. Fue el primero en ponerle un alto a la mafia dirigida por el hoy magistrado en retiro, Alfredo Mendoza García.
Después, trabajé durante nueve largos años con el maestro Guillermo Pacheco Pulido. Conversar con él sobre temas jurídicos era un verdadero placer, especialmente en aquellas lejanas tardes y noches en el edificio marcado con el número 9 de la 5 Oriente, en el Centro Histórico de la Angelópolis.
Tras el llamado “Lydia Gate”, Pacheco permaneció algunos años más como Presidente del Tribunal Superior de Justicia, para después ceder el paso al maestro León Dumit Espinal: un hombre extremadamente honesto, gran jurista y de origen humilde, que logró hacerse a sí mismo hasta convertirse en titular del tercer poder del Estado.
Desafortunadamente, Dumit era un hombre tibio, a veces timorato, circunstancia que fue aprovechada por la mafia que controlaba el Poder Judicial del Estado, hasta convertirlo en un títere en sus manos.
Tras mi salida del Poder Judicial, y ya en tiempos del morenovallismo, la Judicatura poblana fue presidida durante un par de años por el magistrado David López Muñoz. Un hombre con grandes resentimientos sociales que, a pesar de ser del grupo de Alfredo Mendoza —a quien llamaba “maestro”—, terminó traicionándolo al jubilarlo de forma forzosa y nada digna, como también hizo con otros miembros de su clan.
De forma inexplicable, ascendió luego a la presidencia el magistrado Roberto Flores Toledano, amigo de la infancia de Moreno Valle. Junto con otros jóvenes de su época habían formado un grupo autodenominado “los pitufos”, porque, según su extravagante visión, todos eran pequeños y de sangre azul.
Flores Toledano convirtió al Tribunal Superior de Justicia en un simple apéndice del Ejecutivo estatal, dejando tras de sí un auténtico desastre.
Justo al terminar el mandato de Moreno Valle y tras mi reincorporación obligada como juez —ordenada por la Justicia Federal—, recibí una invitación a desayunar por parte de un magistrado local (cuya identidad me reservo) con el propio Flores Toledano.
Acepté, pero con la condición de que fuera en territorio universitario, por si pretendían tenderme una trampa con alguna orden de aprehensión como última vendetta del dictador Moreno Valle. La petición fue aceptada y nos reunimos en un restaurante del Complejo Cultural Universitario.
Ahí conocí verdaderamente a Flores Toledano. Y, a pesar de todo, debo confesar que hasta me simpatizó. Me dijo que lo que me había pasado no fue culpa suya y pidió que tuviéramos una relación institucional. Acepté, siempre y cuando se me pagaran los más de seis años de salarios caídos.
Hubo una segunda reunión en el mismo lugar, esta vez con mi amigo magistrado y un emisario del Pleno: Bernardo Mendiolea, excompañero mío en la Escuela Libre de Derecho de Puebla. Me ofreció la mitad de lo adeudado, y lo mandé directamente a importunar a su ascendencia.
La tercera y última reunión fue a solas con Flores Toledano, en la Casa Club de La Vista. Entre huevos a la cazuela con champiñones y chorizo, se sinceró: me confesó que siempre había sido abogado litigante en la Ciudad de México, pero que su amigo Moreno Valle lo había llamado para hacerse cargo del Poder Judicial poblano.
Aceptó, sabiendo que no tenía carrera judicial ni conocimientos suficientes para semejante encargo. “A mí me pusieron”, espetó.
Fue entonces cuando comprendí cuán frágil era nuestro Estado de Derecho, y cuánto daño habría causado Moreno Valle como Presidente de la República, que era su ambición. Reafirmé entonces mi compromiso con López Obrador como la única vía para lograr un cambio verdadero en México.
Afortunadamente, esos tiempos han quedado atrás.
Hoy, los poblanos nos sentimos profundamente orgullosos de nuestro gobernador Alejandro Armenta, el más votado en la historia, quien además es respetuoso de la división de poderes.
Nuevos y mejores tiempos vendrán cuando, en 2027, los ciudadanos poblanos elijamos a nuestros jueces y magistrados locales mediante el voto popular. Así se acabará con el último reducto del conservadurismo en el Estado, encarnado en el actual Consejo de la Judicatura (con la excepción de una honorable magistrada, cuyo caso será materia de otra historia).